Atravesar el Pirineo se convierte en un reto que acelera el corazón. Hacerlo combinando el vuelo y los desplazamientos a pie es una prueba que exige una resistencia extrema, tanto mental como física. Intentar que, especialmente, las extremidade
s inferiores se conserven intactas el mayor tiempo posible, se convierte en la máxima prioridad.
Compartir esta prueba extrema con Armand Rubiella es, para mi, todo un privilegio. “Cuidar” a un parapentista de tanto prestigio, con ese elevado nivel de conocimiento, hace que me tiemblen las piernas todos los días. Como “formador”, estar al lado de un formador de tanto nivel exige todo mi respeto y me fuerza a que, sin poder estarlo, tenga que estar a la altura. Absorber parte de su conocimiento es todo un regalo y sólo queda que, humildemente, pueda poner el granito de arena de poner a su disposición lo que he aprendido en todos estos años de vivencias en la montaña, que me han aportado cierta capacidad estratégica y me han mostrado lo pequeño que es el hombre frente a ese gigante.
La prueba comenzó un día que, aunque no lo aparentase del todo, amenazaba con ser muy lluvioso. Para que Armand pudiera centrarse en “tirar hacia adelante”, tenía que pensar rápido como asistente para hacer su vida más fácil: salida desde la arena de la playa=bolsas de plástico cubriendo las zapatillas para evitar que un sólo granito dañase sus pies; polainas, cubremochila, capa de lluvia... para que llegase lo más seco posible y sus pies sobreviviesen; Camelbak lleno; comida de rápida asimilación a mano...
Su paso, en última posición, por la primera baliza en Larrun, dejaba clara la estrategia del maestro Armand: dosificar. Con sus maltrechos tobillos, conservarlos “útiles” la mayor parte del tiempo era la única garantía de poder continuar.
Un pequeño error de navegación llevó a Rubiella a un lugar que le forzó a caminar más de la cuenta. Mientras le esperaba en el collado de Lizuniaga y cocinaba algo pensando que llegaría pronto, pude ver su posición y “volé” con la furgo hacia donde se encontraba para avituallar e infundir ánimos. Muchos minutos después volvíamos al lugar en que le aguardaba originalmente, que era un buen punto de enlace con el GR11, por donde continuaría bajo ese desapacible clima. Tal vez desanimado por el pequeño error, o tal vez inducido por lo gris del día, Armand quería parar, reponer fuerzas y continuar al día siguiente...
La verdad es que no sé cómo lo conseguí, pero me hizo caso. Eres capaz de llegar a este punto, donde te estaré esperando con la furgo para dormir, y sé que aún te sobrará tiempo. Y sobró: 4 minutos antes de la hora límite, Armand llegaba al punto prefijado, el col de Lizarrieta.
Los últimos kilómetros fueros emocionantes: él seguía el GR11, yo, cabalgando en la furgo, alumbraba el sendero desde atrás... ¡a su paso! No disimuló su euforia, que fue toda una inyección de moral para el segundo día.
La segunda jornada, con mejor méteo, seguía el GR 11. La idea era tirar camino de Elizondo e intentar volar, si era posible, y aunque fuese simplemente un planeo, para acortar un poco el recorrido. Como no fue posible, a la llegada de Armand a Elizondo nos vimos forzados a un cambio de estrategia: seguir por el GR implicaría quedar sin asistencia y, para evitarlo, planteamos continuar por carretera hasta Irurita y dirigir los pasos hacia el puerto de Artesiaga. Coroné el puerto con la furgo y busqué un posible despegue del que servirnos al día siguiente. De vuelta en el puerto, mientras cocinaba, recibí la cálida visita de Zarbo, que infundió unos ánimos muy valiosos. Armand no consiguió llegar a la parte más alta y tuve que descender para que pasase la noche bajo techo.
La tercera jornada ilusionaba. Podía ser el primer día de vuelo y, aunque yo tenía algunos datos extra acerca de la dificultad de hacerlo desde la zona -que preferí no compartir con Armand para mantener la mente en su sitio- ¡todo era posible! Las aves estaban activas desde muy temprano; Michael Schenker sonaba a toda caña en el coche y Armand podía escucharlo mientras rodaba a su lado...
Mochilas a la espalda accedimos al punto prefijado; Rubiella, con los ojos ojipláticos, exclamó: “si salimos de este agujero...” Pero él es capaz de todo. Desplegamos la vela y esperamos que las condiciones mejorasen. El viento soplaba con demasiada fuerza. Volar no funcionaría.
Se imponía continuar a pie hacia el collado de Urkiaga, al que Armand llegó muy pronto. Un día corto que permitiría descansar y afrontar el siguiente con mayor energía. Los demás van adelantados, pero esta prueba es muy larga. Estamos al lado del Adi y quién sabe si volando acortaremos distancias. La cosa es no desfallecer y mantener intacta la ilusión.
Hoy comienza la cuarta jornada. En una zona donde las comunicaciones son difíciles vamos a comenzar a caminar rumbo al Adi (1458 m.). Tengo el pálpito de que hoy va a ser un gran día. Armand volará y llegará lejos. Crucemos los dedos...
Compartir esta prueba extrema con Armand Rubiella es, para mi, todo un privilegio. “Cuidar” a un parapentista de tanto prestigio, con ese elevado nivel de conocimiento, hace que me tiemblen las piernas todos los días. Como “formador”, estar al lado de un formador de tanto nivel exige todo mi respeto y me fuerza a que, sin poder estarlo, tenga que estar a la altura. Absorber parte de su conocimiento es todo un regalo y sólo queda que, humildemente, pueda poner el granito de arena de poner a su disposición lo que he aprendido en todos estos años de vivencias en la montaña, que me han aportado cierta capacidad estratégica y me han mostrado lo pequeño que es el hombre frente a ese gigante.
La prueba comenzó un día que, aunque no lo aparentase del todo, amenazaba con ser muy lluvioso. Para que Armand pudiera centrarse en “tirar hacia adelante”, tenía que pensar rápido como asistente para hacer su vida más fácil: salida desde la arena de la playa=bolsas de plástico cubriendo las zapatillas para evitar que un sólo granito dañase sus pies; polainas, cubremochila, capa de lluvia... para que llegase lo más seco posible y sus pies sobreviviesen; Camelbak lleno; comida de rápida asimilación a mano...
Su paso, en última posición, por la primera baliza en Larrun, dejaba clara la estrategia del maestro Armand: dosificar. Con sus maltrechos tobillos, conservarlos “útiles” la mayor parte del tiempo era la única garantía de poder continuar.
Un pequeño error de navegación llevó a Rubiella a un lugar que le forzó a caminar más de la cuenta. Mientras le esperaba en el collado de Lizuniaga y cocinaba algo pensando que llegaría pronto, pude ver su posición y “volé” con la furgo hacia donde se encontraba para avituallar e infundir ánimos. Muchos minutos después volvíamos al lugar en que le aguardaba originalmente, que era un buen punto de enlace con el GR11, por donde continuaría bajo ese desapacible clima. Tal vez desanimado por el pequeño error, o tal vez inducido por lo gris del día, Armand quería parar, reponer fuerzas y continuar al día siguiente...
La verdad es que no sé cómo lo conseguí, pero me hizo caso. Eres capaz de llegar a este punto, donde te estaré esperando con la furgo para dormir, y sé que aún te sobrará tiempo. Y sobró: 4 minutos antes de la hora límite, Armand llegaba al punto prefijado, el col de Lizarrieta.
Los últimos kilómetros fueros emocionantes: él seguía el GR11, yo, cabalgando en la furgo, alumbraba el sendero desde atrás... ¡a su paso! No disimuló su euforia, que fue toda una inyección de moral para el segundo día.
La segunda jornada, con mejor méteo, seguía el GR 11. La idea era tirar camino de Elizondo e intentar volar, si era posible, y aunque fuese simplemente un planeo, para acortar un poco el recorrido. Como no fue posible, a la llegada de Armand a Elizondo nos vimos forzados a un cambio de estrategia: seguir por el GR implicaría quedar sin asistencia y, para evitarlo, planteamos continuar por carretera hasta Irurita y dirigir los pasos hacia el puerto de Artesiaga. Coroné el puerto con la furgo y busqué un posible despegue del que servirnos al día siguiente. De vuelta en el puerto, mientras cocinaba, recibí la cálida visita de Zarbo, que infundió unos ánimos muy valiosos. Armand no consiguió llegar a la parte más alta y tuve que descender para que pasase la noche bajo techo.
La tercera jornada ilusionaba. Podía ser el primer día de vuelo y, aunque yo tenía algunos datos extra acerca de la dificultad de hacerlo desde la zona -que preferí no compartir con Armand para mantener la mente en su sitio- ¡todo era posible! Las aves estaban activas desde muy temprano; Michael Schenker sonaba a toda caña en el coche y Armand podía escucharlo mientras rodaba a su lado...
Mochilas a la espalda accedimos al punto prefijado; Rubiella, con los ojos ojipláticos, exclamó: “si salimos de este agujero...” Pero él es capaz de todo. Desplegamos la vela y esperamos que las condiciones mejorasen. El viento soplaba con demasiada fuerza. Volar no funcionaría.
Se imponía continuar a pie hacia el collado de Urkiaga, al que Armand llegó muy pronto. Un día corto que permitiría descansar y afrontar el siguiente con mayor energía. Los demás van adelantados, pero esta prueba es muy larga. Estamos al lado del Adi y quién sabe si volando acortaremos distancias. La cosa es no desfallecer y mantener intacta la ilusión.
Hoy comienza la cuarta jornada. En una zona donde las comunicaciones son difíciles vamos a comenzar a caminar rumbo al Adi (1458 m.). Tengo el pálpito de que hoy va a ser un gran día. Armand volará y llegará lejos. Crucemos los dedos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario